miércoles, 17 de febrero de 2010

Empathy


There’s a guy in the gym who behaves strangely. I'll tell you why. He always enters the room running about not because he’s warming up but he wants to use one of the exercise bikes and he does so to stop anyone to utilise it first. His sport gear also excels, especially thanks to a pair of tracksuit pants he has pulled up almost to his armpits. But the best bit starts when he pedals on the bike. He clenches his jaw with effort, his face turns red and pedalling sways his body from right to left due to his determination, but also he doesn’t stare at anything or anybody as if he was high and he moves himself so much so that the bike ends up perpendicular to others bikes lined up. Moreover, yesterday he grabbed a couple of weights that I was using without turning a head and that I left just for one second on a mat and he begun to exercise his arms with no rhythm whatsoever putting them up and down with a grimace on his face as always does when he tries to win Le Tour on his bike... But that’s not all folks. When he sits down on a sport machine and he works out, he puts down the weights with no measure making therefore a deafening noise that give us a fright and make us jump out of our place. Also same face and lack of rhythm. And I carry on: yesterday, after his gym session, he went to have a shower to the changing room and he wandered round naked for almost five minutes holding his mobile, I guess waiting for a phone call or expecting to receive one... Strange. Very strange.
However, I don’t make any fun of him. He’s funny indeed, but I couldn’t crack a smile showing up mockery or disdain. This guy gives out a halo of kindness and innocence and he seems to be quite neglected. Reality is sometimes never as it seems, but just by looking at him I’ve developed a certain empathy which is causing me little trouble. Yesterday, the gym manager told him off when he realised that the exercise bike has moved away half metre from its initial position and I have to say that I couldn’t help to feel myself intimidated and upset listening to them. He carried on showing a naive face, tight jaws, red as a tomato but still pedalling, rhythm lowered and downhearted. And that’s what is like to be empathetic, although in that case is a bit unreal. I’m a professed empathetic... Would that get any cure?

jueves, 10 de diciembre de 2009

El árbol de mis vecinos

En cuanto se levanten de sus camas y bajen al comedor, se encontrarán con la sorpresa de que la Navidad ha asomado sus ramas verdes y se ha instalado vestida de gala y luces intermitentes en el corazón de su hogar. Todas esas bolas de cristal devolverán el reflejo de unas sonrisas que no cabrán en unas caras repletas de felicidad. No sé que cuento relatará su madre a los dos niños explicándoles cómo ha llegado ese árbol, pero estoy seguro de que aquél polinizará hasta el recreo de su colegio mañana en cuanto compartan su alegría e inocencia con el resto de compañeros que seguramente han sido también tocados por la magia de la Navidad. Y es que su madre lleva trabajando en el montaje del árbol toda la noche. Desde mi ventana veo su esfuerzo e ilusión. Se enmaraña entre luces y adornos. Los niños, sin embargo, se hallan en la galaxia del sueño y no sospechan nada. Quizás lo esperen, pero para ellos no hay medida de tiempo. Supongo que mirar por mi ventana y ver este escenario me ha hecho descubrir uno de los encantos de ésta época. No hay nada como la familia y no hay nada como el amor que las madres profieren a sus hijos. Por un momento he sentido envidia, pero ésta se ha desvanecido ante la ternura de lo que imagino pasará mañana en cuanto esos dos niños vean que por fin, ha llegado la Navidad.

viernes, 20 de noviembre de 2009

¡Qué descanso!

Estoy llamando con los nudillos de mi mano a la puerta que abre un fin de semana anhelado que espero deje escapar un aire de tranquilidad que inunde mi maltrecho brío. Ardua semana la mía con visos de desenlace que deja ya a mi estómago resoplando con alivio y es que, lejos de haberme topado con alguna contrariedad de tintes dramáticos, han sido sin embargo simples minucias con lo que más se ha enredado mi sistema nervioso. Hay cosas que no puedo evitar. El próximo enero mi apartamento cumplirá tres años de mi ocupación como feliz inquilino. Recuerdo que al poco tiempo de instalarme, el propietario nos anunció que quería apearse del negocio inmobiliario exponiéndonos a todos los ocupantes del edificio ante el riesgo del desahucio. Bueno, tampoco hace falta exagerar… Me vi sin embargo envuelto en la planificación de visitas organizadas siendo por tanto testigo de un desfile de gente sin fin que hurgaba sin pretenderlo en la intimidad de mi habitáculo. No es agradable tener a personas que no conoces de nada metidas en el baño o abriendo puertas del armario de tu cocina, ¿verdad? Pero era así y había que aguantarse. Sin embargo, los atemorizados inquilinos albergábamos la esperanza de no vernos haciendo las maletas de forma precipitada si gracias al destino, aparecía alguien que nos quisiera comprar. Y bueno, así ocurrió. Dos almas caritativas con espíritu inversor tomaron las riendas de esta amedrentada comunidad llenando nuevamente de calma sus estancias. Yo respiré y mi estómago me dio tregua. Como a mi contrato de alquiler le quedaban algunos años de vida, lo más conveniente fue brindar la oportunidad a los nuevos propietarios de que contaran conmigo como prorrogado inquilino. Continué por tanto y a pesar de este susto inicial, viviendo en la Rue des Morins. De los cuatro que éramos, dos abandonaron el barco adentrándose en la laboriosa tarea de buscar otro techo. La solidaridad ante la superada adversidad nos envolvió a los otros dos restantes. Sin embargo, ciertas preguntas empezaron a surgir con motivo de la aparición en escena de los nuevos arrendadores y sobre todo por la implicación del dinero que hay en esta causa interesada de dar cobijo a alguien. Y claro, nada es perfecto. Las preguntas tuvieron respuesta, pero no muy precisas y casi rozando la indolencia. La sospecha por tanto, se fue instalando en mi casa. De todas formas de momento no le hice mucho caso; yo seguía pagando mi exigua renta y viviendo al día sin pensar apenas en que la defunción de mi contrato de alquiler llegaría y con ella el nacimiento de otro nuevo o dependiendo de las futuras condiciones, el migrar en busca de un nuevo hogar (¡mira que me gusta el drama…!). Y es que mi renta es de las que se califica como antigua. Pago muy poquito teniendo en cuenta que vivo en un barrio ‘pijo’ de Bruselas. Al pasar, por tanto, el edificio de un dueño a otro, si quería seguir viviendo en el mismo apartamento, debía aceptar un nuevo acuerdo que se resumía en lo siguiente: pagar más. ¡Se acabó el chollo que tenía! Aún así, cuando el tiempo del preaviso se fue acercando (tres meses antes de cumplir los tres años de vida contractual), tuve mi primera reunión con una de las partes de esta pareja inversora para saber a lo que atenerme. A pesar de que les estaba pagando una cantidad de dinero mensual desde hacía tiempo, no les había conocido todavía y un año y medio después, se presenta una de las mitades en mi casa. Charlamos de las nuevas condiciones aunque lo que más me interesaba era preguntarle por el dinero depositado en el banco con el nombre del anterior propietario. Pregunta que ya realicé en su momento y que implicó, tal y como ya dije, que doña sospecha me hiciera la correspondiente visita. Sin embargo, todo fue como esperaba. Obtuve la información necesaria y mis preguntas fueron satisfechas. Entonces, me fue otorgado un plazo de reflexión en el que debía decidir si quedarme o irme. ¿Sinceramente? Si me hubiese ido, hubiera cometido, tal y como dice Mark, ‘un error fatal’. Por tanto, me quedé. Me costó decidirme ya que el otro vecino que aguantó conmigo la transición de caciques, había decidido, ante la expiración de su contrato, abandonar, esta vez sí, el barco y, según me relató, estaba teniendo problemillas con los propietarios para conseguir recuperar su depósito. Este tipo de situaciones atacan a mi estómago y me empieza a invadir una sensación de duda que me hace rozar el pánico aunque a destiempo. Es como que adelanto acontecimientos que ni siquiera sé si realmente tendrán lugar. Pero como decía, aparqué estos comentarios y escribí a los propietarios un correo confirmándoles que me gustaría seguir considerando la Rue des Morins mi hogar por unos cuantos años más, Dios mediante, aceptando las condiciones habladas, las cuales a pesar del aumento, no dejaban de ser muy ventajosas. A partir de aquí llegó el desastre. Mil correos de ida y vuelta tratando de fijar un día para la firma del nuevo contrato, procurando conseguir el documento que me permitiera recuperar mi antiguo depósito, intentando a la vez solucionar imprevistos en el apartamento... No sé, los estaba encontrando muy difusos y poco precisos, dando muchos rodeos en relación a asuntos que en principio debían resolverse de forma simple y por tanto, me estaban transmitiendo la sensación de no querer cumplir con sus responsabilidades. Las excusas parecían constantes, incluso manteniéndolas hasta el mismo día de la firma del contrato. Imaginad el estado de nervios en el que me encontraba hoy. No hacía más que pensar en que estos dos villanos me iban timar, en que no iba a recuperar mi dinero y en que iban a fijar unas clausulas contractuales tan duras que implicarían no solamente el tener que pagar dinero, sino incluso vincularme a ellos perpetuamente. Y es que cuando uno pide un documento, por ejemplo, y no te lo dan, o pide que se arregle la luz de la escalera que está fundida y tardan 4 días en hacerlo, o quieren discutir nuevamente clausulas en el día de la firma del contrato, cuando ya han sido acordadas previamente…, creo que todo esto hace que se excuse mi mal estar. Mark me sugiere que quizás se trate de un problema de desorganización ya que uno de ellos vive en Bruselas y el otro en Londres. También apunta la posibilidad de que se trate de gente inexperta que actúe con poca profesionalidad pero sin maldad alguna. En fin, que sí, que tenía más razón que un santo. No me tachó de loco, pero si me aconsejó que me relajara y que pensara en estas posibilidades.
Y en fin, después de escuchar un ratito a Michael Buble para tranquilizarme, el día de la firma conozco a la segunda mitad de este dúo de propietarios, el que vive en Londres y con el que todavía no había coincidido. Y como siempre pasa, cuando te preocupas tantísimo por algo al final ocurre lo contrario, que todo va bien y que todas esas películas que uno se monta en la cabeza y todos esos nervios que se citan en la tripa, se disipan. El que vive en Bélgica llegó un poco más tarde y por fin estando los tres reunidos, más un amigo que el de Londres subió a casa para cobijarlo de la lluvia mientras estábamos atareados, nos pusimos a firmar el contrato tras la grata sorpresa de que a pesar de su desorganización, establecen unas condiciones contractuales muy flexibles y lo mejor de todo es que traen el documento que les había pedido para liberar el anterior depósito para a continuación, realizar uno nuevo a su nombre. Mejor imposible. Muy contento con la reunión y con el resultado. Es cierto que tengo que pagar más, pero todas mis dudas sobre ellos desaparecieron. Me merezco, por tanto, un descanso que empieza mañana viendo una obra de teatro en Londres con Kevin Spacey como protagonista y el lunes viendo a Nadal en el último torneo de tenis de la temporada… De eso seguramente hablaré la próxima semana.











jueves, 10 de septiembre de 2009

La vuelta al cole

El verano llega a su fin y regreso con los bolsillos repletos de vivencias y sensaciones. Una brújula algo díscola ha marcado mi ruta de norte a sur y Bruselas como apeadero fronterizo entre Noruega y España. Dentro del hábito implícito de hacer un gran viaje cada año, este país escandinavo ha dejado en mí una impronta que ha merecido su elección con creces. Fiordos, naturaleza, conciencia ecológica, paisajes de infarto, pelos Garnier, amabilidad. Si tuviera en mis manos un saco que llenar con todos los calificativos que describieran este país, tendría que recurrir a David Copperfield para que ampliara su fondo y así cupieran innumerables. Tan sólo un cordel pajizo y áspero, imagen de los prohibitivos precios que pagamos para (mal)vivir durante dos semanas en Noruega, completarían mi primer hato del verano que ya tengo alojado en un estante de mi memoria. Es increíble comprobar cómo son otras culturas, cuál es su tradición y cuál su presente. Vivir en Bélgica había condicionado en parte mi opinión de lo que esperaba encontrarme por estos lares norteños. Sin entrar en polémicas y que conste que estoy encantado de vivir en Bruselas, desde nuestro punto de partida en Oslo, lo que más me sorprendió en la gente fue su afabilidad. No importaba las circunstancias, ni la hora, ni el tiempo que hacía. Nada impedía que alguien se mostrara amable con los forasteros si cualquier ayuda era requerida. Pero además se notaba sincera, sin artificios de lenguaje, los propios del inglés al uso, articulada con una actitud de civismo y educación, con la que más de una vez hemos quedado fascinados. ¡¡Pero qué gente más maja!! Gente que además parecía extraída de un anuncio de champú después de su aplicación. Rubios casi blanquecinos, naranjas brillantes, castaños cobrizos... Qué gama de colores tan insospechada. Todo ello además aliñado con ojos de igual color lumínico y de una limpieza corporal portadora de una facha de admiración. Claro, uno es bajito, moreno y de ojos pardos y todo esto que cuento, impresiona... Pero es que además, esa limpieza física la llevaban al terreno de los servicios (sí, también en los WC). No nos encontramos con ninguna tara de higiene allá por dónde estuvimos y yo, que soy de los que prefieren aguantarse hasta llegar a casa y utilizar el mingitorio propio, ¡madre mía!, no me llevé ninguna revista para leer “mientras tanto” por parecerme excesivo... Eso a mí, me encantó y relajó... Y es que la relajación y la sensación de sentirte muy seguro nos acompañó durante todo el viaje. Todo funcionaba a la perfección. La puntualidad en autobuses, ferris, trenes y demás transportes, parecía un homenaje a la rigurosidad inglesa con el tiempo. La profesionalidad y preparación de los noruegos en todos los servicios era pasmosa. Yo no tengo ni pajolera idea de hablar noruego, pero vamos, ni falta que hacía. Su segunda lengua -o casi primera paralela a la materna- es el inglés, pero además de una calidad gramática y con unos acentos tan perfectos, que incluso Mark, londinense de los de té a las cinco, tuvo momentos de vacilación al sospechar si quizás se trataba de ingleses con becas Erasmus trabajando en alguna ciudad noruega para sacarse unas pelillas durante la temporada turística. Just amazing!! Increíble era también la comida. El paraíso del salmón, mi pescado favorito. Me encanta. Lo cierto es que tardamos en probarlo. Para que os hagáis una idea una cerveza normalucha tirada en un bar corrientico, costaba casi ocho euros y así con todos los productos o servicios. No había excepción. Muchas veces, cuando visitas ciudades como por ejemplo Londres, la alternativa siempre aparece en determinados productos y da un respiro a tu bolsillo. Allí no. Hubo un par de días que, sobre todo al principio de nuestra aventura y por lo asustados que estábamos con la divisa, Mark y yo compartimos platos y bebidas... ¡¡Muy fuerte!! Pues eso, el salmón se hizo de rogar, pero mi paladar al final lo agradeció. Lo podías tomar de muchas formas, sólo o acompañando otros platos, como por ejemplo, una sopa, y su sabor en todo momento era exquisito. Pero no puedo dejar de señalar que la causa de que ahora mismo me encuentre sometido a una estricta dieta, haya sido el pan noruego. Sin duda la revelación gastronómica. En mi casa siempre hemos comido mucho pan y esa tradición ha hecho que sea un producto imprescindible en cualquier plato. Os cuento: en los hoteles y albergues en los que nos hemos alojado servían hogazas enteras recién sacadas del horno para entera disposición del cliente, lo que significaba, que un cliente como yo (imaginaros a Triki con las galletas y ahora pensad en el binomio Ángel/pan) consumiera sin traba una hogaza entera de unos diez centímetros de longitud. Lo sé. Sin palabras. Mi tripita también lo sabe... ¡Pero y lo bueno que estaba! Recuerdo que en la excursión que hicimos por el glaciar de Finse, nos pertrechamos con bocadillos de salmón con las tapas de pan, en mi caso, de un grosor que, fuera de cualquier exageración, no cabían en mi boca. En fin, que ahora el pan ni lo cato. ¡Dante puso en su lista negra a la gula por algo! Pero reconozco que sólo pequé con el pan, ya que condenarme en la llamas del olvido con distintas viandas, me hubiese costado tocar la guitarra por la calles de Oslo en busca de estipendio. Eso sí, el agua no nos faltó. Sació nuestra sed y alimentó nuestras pupilas. Agua de los fiordos, agua dulce, agua cristalizada azul intenso, agua en mi vaso, en mis zapatos, en mi tibia ducha. Fue protagonista de incontables momentos, siempre bienvenida y admirada. Agua de una claridad irreal….
Pero mi camino, afortunadamente, no se detuvo en el norte. Después de una breve estancia en la ciudad de Larsson, el de la trilogía Millenium, los vientos del mar báltico me arrastraron a tierras del sur. La ciudad de Alicante me acogió empapada en sudor y desprendiendo su particular aroma salobreño. Me derretí una y otra vez y me zambullí en la desesperación de la asfixia. El calor fundió mi razón. Sin embargo, encontré cobijo en la compañía de Lourdes, en su especial forma de ver el mundo y en el mar, mediterráneo y templado. Los días en la playa son para no pensar, nadar, comer arroz a banda, jugar a las palas, teñir la piel embadurnado de la máxima protección y descansar. Nada apetece salvo no hacer nada. Me vi en las antípodas de Noruega y Estocolmo. Otro clima, otra cultura, aunque con sensaciones muy intensas de seguir disfrutando al máximo. Sin embargo, Tabarca nos mató. Mi peor pesadilla playera cobró aliento en cuanto pusimos un pie en el barco que se dirige a esta isla, a una hora desde el puerto alicantino. La idea era buena y apetecible, pero Lourdes no tenía registrado en su memoria lo que supone navegar con fuerte oleaje durante todo ese tiempo. Sudamos lo indecible para intentar no movernos y concentrar nuestra mirada y estómago en un punto dibujado en el horizonte que nos sirviera para controlar el mareo y evitar el vómito. Pero nuestros esfuerzos fueron en vano ya que sí echamos la pota. Los dos casi a la vez. El alivio se hace realidad en cuanto divisas el destino y te auto convences de que todo está a punto de terminar. Nos quedaba la esperanza de descansar, darnos un baño, comer y visitar la isla. Con todos estos ingredientes, la vuelta a Alicante sería mucho más liviana, aunque igualmente nos preocupaba. Así y todo, nos disponíamos a remojar nuestro mareo cuando nuestra cara delató el horror de nuestros pensamientos al ver toda una multitud agolpada en un trocito de playa, creemos que de arena, donde no cabía ni un alma más. Y eso es todo lo que había; mucha gente, mucho calor, mareo, ganas de asentar el estómago. Después de un breve contacto con el mar, nos fuimos de chiringuito. Si había gente en la playa, os podéis imaginar la batalla que se libraba por conseguir plaza y paella. Ruido, gritos, prisas, calor…, comida por fin. ¡Comemos y nos vamos! Queríamos escapar de este lugar. Y así lo hicimos. Antes de eso, intentamos volver vía Santa Pola, ya que el viaje es la mitad del tiempo que se emplea en llegar a Alicante y aunque luego tomásemos un autobús, ir por tierra nos seducía mucho más. No hubo suerte por motivos de cash y estuvimos forzados a volver como vinimos. Lourdes y yo nos fundimos en un abrazo de solidaridad y le echamos huevos al asunto. Total, lo peor que nos podía pasar era visitar de nuevo los WC y evacuar… Yo me senté dentro, en unos sillones aterciopelados, anclé mi culo al asiento y pegué mi mirada al frente. Empecé a respirar hondo al tiempo que el barco se despedía de la isla e intenté no mover ni un ápice de mi cuerpo. Me rodeó un olor inmundo que provenía de dos guarretes que velaban mi nuca y un calor intensó que no fue mitigado por el insuficiente aire acondicionado de la estancia. Aún así, no vomité y con el estómago más complacido, llegamos a destino sin mayor lamento. Bueno, estuvimos un día y medio con algo de nauseas y sin ganas de subirnos en algo que se moviera o tambaleara. En fin, una historieta que contar que se une a otras muchas, aunque no tan incidentales, que hicieron de mi habitual visita alicantina, una semana muy agradable.
El resto del tiempo, que ha sido mucho, lo repartí entre mis pueblos y mi Madrid. Este ha sido un verano de reencuentro familiar con motivo de una boda y del nacimiento de un nuevo miembro en la familia. He disfrutado mucho con todos mis primos y tíos y el año que viene me apunto de nuevo, aunque no haya poderosas razones para ello, a pasar un tiempito por allí. Hacía siglos que no iba en verano. Es en esta estación cuando más apetece perderse por La Mancha. El calor del día se desvanece al cobijo de nuestras fresquísimas casas. Mi hermano y yo nos hemos criado entre Madrid y Casas de Haro -el pueblo de mi madre- y Cobeta -el de mi padre-. Somos madrileños y la mayor parte del tiempo la hemos pasado en la ciudad. Pero la corta distancia entre la capital del reino y los pueblos de nacimiento de mis padres, trajeron numerosos viajes de fines de semana y todas las vacaciones escolares. Allí te conoce todo el mundo y el que no, te pregunta y, tras las pistas facilitadas, en seguida te ubica en una familia. Vivir en un pueblo para mí, siendo tan urbanita, no es ideal, pero reconozco que unos cuantos días son muy saludables. El regreso a las raíces hace que te encuentres contigo mismo y que valores de dónde vienes. Sin duda, intentaré mantener vivo este sentimiento.
He acabado mi periplo en Madrid. Sin dar mucho detalle al respecto, sólo diré que cada día que pasa, me enamoro más y más de esta ciudad. El calor de la gente, la renovada imagen de un Madrid todavía algo maltrecho pero con visos de gran referente europeo, el sol, las cañitas, la oferta cultural, las terrazas, los amigos y un largo etcétera, han puesto la guinda a unas vacaciones inolvidables. Ahora toca trabajar un poquito para volver a la rutina. Ese día a día tan necesario para centrarte en tus quehaceres diarios. Ya pienso en el verano siguiente que espero supere con creces, este que acaba para mí hoy mismo. Quiero dar las gracias a todas las personas que han estado cerca de mí este verano y con las que he compartido ratitos especiales.
Ahora mismo estoy con depresión post-vacacional, pero en un día o dos, como nuevo.
Besos.
Á

lunes, 24 de agosto de 2009


Flam, Noruega. 10 de agosto de 2009