viernes, 20 de noviembre de 2009

¡Qué descanso!

Estoy llamando con los nudillos de mi mano a la puerta que abre un fin de semana anhelado que espero deje escapar un aire de tranquilidad que inunde mi maltrecho brío. Ardua semana la mía con visos de desenlace que deja ya a mi estómago resoplando con alivio y es que, lejos de haberme topado con alguna contrariedad de tintes dramáticos, han sido sin embargo simples minucias con lo que más se ha enredado mi sistema nervioso. Hay cosas que no puedo evitar. El próximo enero mi apartamento cumplirá tres años de mi ocupación como feliz inquilino. Recuerdo que al poco tiempo de instalarme, el propietario nos anunció que quería apearse del negocio inmobiliario exponiéndonos a todos los ocupantes del edificio ante el riesgo del desahucio. Bueno, tampoco hace falta exagerar… Me vi sin embargo envuelto en la planificación de visitas organizadas siendo por tanto testigo de un desfile de gente sin fin que hurgaba sin pretenderlo en la intimidad de mi habitáculo. No es agradable tener a personas que no conoces de nada metidas en el baño o abriendo puertas del armario de tu cocina, ¿verdad? Pero era así y había que aguantarse. Sin embargo, los atemorizados inquilinos albergábamos la esperanza de no vernos haciendo las maletas de forma precipitada si gracias al destino, aparecía alguien que nos quisiera comprar. Y bueno, así ocurrió. Dos almas caritativas con espíritu inversor tomaron las riendas de esta amedrentada comunidad llenando nuevamente de calma sus estancias. Yo respiré y mi estómago me dio tregua. Como a mi contrato de alquiler le quedaban algunos años de vida, lo más conveniente fue brindar la oportunidad a los nuevos propietarios de que contaran conmigo como prorrogado inquilino. Continué por tanto y a pesar de este susto inicial, viviendo en la Rue des Morins. De los cuatro que éramos, dos abandonaron el barco adentrándose en la laboriosa tarea de buscar otro techo. La solidaridad ante la superada adversidad nos envolvió a los otros dos restantes. Sin embargo, ciertas preguntas empezaron a surgir con motivo de la aparición en escena de los nuevos arrendadores y sobre todo por la implicación del dinero que hay en esta causa interesada de dar cobijo a alguien. Y claro, nada es perfecto. Las preguntas tuvieron respuesta, pero no muy precisas y casi rozando la indolencia. La sospecha por tanto, se fue instalando en mi casa. De todas formas de momento no le hice mucho caso; yo seguía pagando mi exigua renta y viviendo al día sin pensar apenas en que la defunción de mi contrato de alquiler llegaría y con ella el nacimiento de otro nuevo o dependiendo de las futuras condiciones, el migrar en busca de un nuevo hogar (¡mira que me gusta el drama…!). Y es que mi renta es de las que se califica como antigua. Pago muy poquito teniendo en cuenta que vivo en un barrio ‘pijo’ de Bruselas. Al pasar, por tanto, el edificio de un dueño a otro, si quería seguir viviendo en el mismo apartamento, debía aceptar un nuevo acuerdo que se resumía en lo siguiente: pagar más. ¡Se acabó el chollo que tenía! Aún así, cuando el tiempo del preaviso se fue acercando (tres meses antes de cumplir los tres años de vida contractual), tuve mi primera reunión con una de las partes de esta pareja inversora para saber a lo que atenerme. A pesar de que les estaba pagando una cantidad de dinero mensual desde hacía tiempo, no les había conocido todavía y un año y medio después, se presenta una de las mitades en mi casa. Charlamos de las nuevas condiciones aunque lo que más me interesaba era preguntarle por el dinero depositado en el banco con el nombre del anterior propietario. Pregunta que ya realicé en su momento y que implicó, tal y como ya dije, que doña sospecha me hiciera la correspondiente visita. Sin embargo, todo fue como esperaba. Obtuve la información necesaria y mis preguntas fueron satisfechas. Entonces, me fue otorgado un plazo de reflexión en el que debía decidir si quedarme o irme. ¿Sinceramente? Si me hubiese ido, hubiera cometido, tal y como dice Mark, ‘un error fatal’. Por tanto, me quedé. Me costó decidirme ya que el otro vecino que aguantó conmigo la transición de caciques, había decidido, ante la expiración de su contrato, abandonar, esta vez sí, el barco y, según me relató, estaba teniendo problemillas con los propietarios para conseguir recuperar su depósito. Este tipo de situaciones atacan a mi estómago y me empieza a invadir una sensación de duda que me hace rozar el pánico aunque a destiempo. Es como que adelanto acontecimientos que ni siquiera sé si realmente tendrán lugar. Pero como decía, aparqué estos comentarios y escribí a los propietarios un correo confirmándoles que me gustaría seguir considerando la Rue des Morins mi hogar por unos cuantos años más, Dios mediante, aceptando las condiciones habladas, las cuales a pesar del aumento, no dejaban de ser muy ventajosas. A partir de aquí llegó el desastre. Mil correos de ida y vuelta tratando de fijar un día para la firma del nuevo contrato, procurando conseguir el documento que me permitiera recuperar mi antiguo depósito, intentando a la vez solucionar imprevistos en el apartamento... No sé, los estaba encontrando muy difusos y poco precisos, dando muchos rodeos en relación a asuntos que en principio debían resolverse de forma simple y por tanto, me estaban transmitiendo la sensación de no querer cumplir con sus responsabilidades. Las excusas parecían constantes, incluso manteniéndolas hasta el mismo día de la firma del contrato. Imaginad el estado de nervios en el que me encontraba hoy. No hacía más que pensar en que estos dos villanos me iban timar, en que no iba a recuperar mi dinero y en que iban a fijar unas clausulas contractuales tan duras que implicarían no solamente el tener que pagar dinero, sino incluso vincularme a ellos perpetuamente. Y es que cuando uno pide un documento, por ejemplo, y no te lo dan, o pide que se arregle la luz de la escalera que está fundida y tardan 4 días en hacerlo, o quieren discutir nuevamente clausulas en el día de la firma del contrato, cuando ya han sido acordadas previamente…, creo que todo esto hace que se excuse mi mal estar. Mark me sugiere que quizás se trate de un problema de desorganización ya que uno de ellos vive en Bruselas y el otro en Londres. También apunta la posibilidad de que se trate de gente inexperta que actúe con poca profesionalidad pero sin maldad alguna. En fin, que sí, que tenía más razón que un santo. No me tachó de loco, pero si me aconsejó que me relajara y que pensara en estas posibilidades.
Y en fin, después de escuchar un ratito a Michael Buble para tranquilizarme, el día de la firma conozco a la segunda mitad de este dúo de propietarios, el que vive en Londres y con el que todavía no había coincidido. Y como siempre pasa, cuando te preocupas tantísimo por algo al final ocurre lo contrario, que todo va bien y que todas esas películas que uno se monta en la cabeza y todos esos nervios que se citan en la tripa, se disipan. El que vive en Bélgica llegó un poco más tarde y por fin estando los tres reunidos, más un amigo que el de Londres subió a casa para cobijarlo de la lluvia mientras estábamos atareados, nos pusimos a firmar el contrato tras la grata sorpresa de que a pesar de su desorganización, establecen unas condiciones contractuales muy flexibles y lo mejor de todo es que traen el documento que les había pedido para liberar el anterior depósito para a continuación, realizar uno nuevo a su nombre. Mejor imposible. Muy contento con la reunión y con el resultado. Es cierto que tengo que pagar más, pero todas mis dudas sobre ellos desaparecieron. Me merezco, por tanto, un descanso que empieza mañana viendo una obra de teatro en Londres con Kevin Spacey como protagonista y el lunes viendo a Nadal en el último torneo de tenis de la temporada… De eso seguramente hablaré la próxima semana.











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