lunes, 22 de junio de 2009

¡¡Qué dificil es dormir en el tren!!

Hoy me he levantado a las cuatro y media de la mañana para tomar un tren de regreso a casa desde Londres. No me cuesta nada madrugar aunque reconozco que a esas horas mi cuerpo se encuentra aletargado. Os lo podéis imaginar. Enseguida viene la inapetente ducha, esperar al taxi evocando la despedida, el taxista silente que me impide hablar y que tanto le agradezco, llegar a la estación… En fin, todo un proceso que me encantaría ahorrar y así de paso se dulcificaría la palabra madrugar, pero me temo que ese es precisamente su agravio, empujarnos contra nuestra voluntad al terreno de las obligaciones, sin rechistar, o al menos muy poquito. Aún así, estos mis madrugones, siempre del mismo cariz, no son de los más perversos ya que siempre me dan una prórroga de dos horas de sueño, eso sí, mecido por un vaivén de lo más grato. Tren igual a cuna. Por eso, cuando llego a la estación, mi único anhelo es embarcar. Al tipo que me pide el pasaporte y que revisa mis ojeras para ver si coinciden con las de la foto, le daba unos días de permiso, así evitaría estar forzando una media sonrisa que me hace aún más irreconocible. ¡Me miran con cara de sospecha! Pobres, ellos no tienen mano que les meza, digo tren. Sin embargo, salvado este obstáculo, aún queda otro escollo por sortear. Mucho peor que levantarse a las cuatro y media de la mañana. Cuando me las prometo feliz sentado en mi asiento; cuando me pongo cómodo y acolcho la ventana con mi abrigo para apoyar la cabeza y por fin, continuo durmiendo, ... Din Don Din... como siempre, el gerente de viaje nos anuncia en las tres lenguas oficiales de la ruta Londres-Bruselas que estamos a punto de partir, que coloquemos bien las maletas para que no obstruyan el acceso y que ¡bon voyage! Parecerá algo normal contado de tal forma, pero no lo es. El señor, una vez arrancado el tren, lo vuelve a repetir otras tres veces y sin carrerilla. ¡Pero chico, si lo acabas de vociferar y somos los mismos pasajeros! Espero a que termine, porque además ahí no acaba la trama. Diez minutos después, otro señor, pero esta vez desde el coche bar, aunque extraña y afortunadamente sólo en dos lenguas, nos anuncia a grito pelado, con un máximo de decibelios jamás permitidos, que abren sus puertas y que nos van a servir un surtido variado de sándwiches y bebidas que mejor no perderse por la cuenta que nos trae, bajo la casi amenaza de volver a gritar sus excelencias. Simplemente los liquidaría. ¿No lo podrían decir al menos susurrando o utilizando un tono de nana? Puertas cerradas, movimiento, silencio, amodorramiento. ¿Prueba superada? Veamos... Siempre está la posibilidad de encontrarse dentro con alborotadores. Exaltados con emprender un viaje a Bélgica y que a pesar de las horas, las seis de la mañana en punto, hablan, ríen y se divierten como si en el vagón no hubiera nadie más que ellos (quizás piensan que los demás somos parte de la decoración del tren). Los mataría. Todos nos hemos levantado a horas intempestivas, aunque acepto el hecho de que no todos tienen que trabajar una vez lleguemos a Bruselas. En una de las ocasiones, fui sentado detrás de dos flamencas, sin peineta y caracolillo, que iban contándose su vida o destripando la de otros, lo cual era difícil de saber ya que no hablo ni pizca de holandés. Me mantuvieron en vilo casi las dos horas sin que nadie nos atreviéramos a ponerles un bozal. Mi diplomacia simplona me impidió rechistar, hasta que una de ellas hizo un ruido estentóreo que me animó, junto con la complicidad de otra pasajera, a decirles algo. Lo hice y se mofarón de mí, aunque se calmaron un poco. Lo malo de este arrebato es que llegó tarde, una hora y cuarenta minutos tarde y entonces apenas pude ya dormir. Cosas de la vida. Sin embargo, la casuística que también altera mi viaje son los ronquidos. No son peores que las emisiones de los exaltados, pero amigo mío, que no te coloquen a un roncador de compañero de viaje. Estos ruiditos de la naturaleza me han enervado desde pequeño. En general concilio muy mal el sueño y si alguien se pone a tocar la trompeta buconasal... Apaga y vámonos. Imposible. El caso es que después de vivir todo tipo de situaciones que alteran mi descanso, me faltaba por experimentar ésta, y voilà, un tipejo joven y despreocupado con muchísimo sueño, me acompañó todo el viaje y sin esperarlo, se puso a resoplar... ¡Yo pensaba que eso le ocurría a otros, pero no a mí! Inevitable, irritante. Sin tregua esta vez. Humor de perros y conclusión: ¡qué delicado soy para dormir en un tren! Hasta las cuatro y media del próximo lunes y cruzando los dedos para evitar adversidades...

2 comentarios:

  1. Madre mía, pues si que da de si un viaje para escribir. Te tendrías que venir un día a mi trabajo, tendrías para escribir un libro :).

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  2. jajajaja
    La vida, que está llena de historias..

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